La importancia de los horarios del sueño
Los individuos presentan cambios en sus horarios a lo largo del ciclo de vida. Es así que parten de un sueño polifásico en los recién nacidos hasta un patrón monofásico, cuyo horario depende de la edad, sexo, patrones sociales, hábitos de trabajo entre otros.
Por ejemplo, en los escolares el patrón de sueño se caracteriza por un dormir y despertar temprano.
Con el inicio de la pubertad, los jóvenes se acuestan más tarde, alcanzando el característico patrón vespertino de los adolescentes y jóvenes adultos. A partir de la veintena, el horario de sueño comienza a adelantarse progresivamente hasta instaurarse un patrón mayoritariamente matutino en los adultos mayores. Las características del sueño en cada etapa pueden ser evaluadas con una Polisomnografía en el domicilio.
Sueño diurno versus sueño nocturno
El horario para dormir tiene un componente circadiano regulado por el reloj biológico del hipotálamo, el cual a su vez produce modificaciones tanto en la secreción de melatonina como cambios en la temperatura distal y central del cuerpo durante la etapa del sueño. De tal forma que el sueño de calidad se inicia unas 2 horas posterior a la secreción de melatonina (dim light melatonin onset) lo que a su vez coincide con una disminución en la temperatura corporal central y aumento de la temperatura de la piel distal.
Por su parte, el final del sueño coincide con el aumento de la temperatura central y baja en la temperatura distal del cuerpo y con el cese de la secreción de melatonina. Por lo tanto,
cuanto más se aleje el horario de sueño de esta ventana temporal, peor será su calidad.
Tratar de dormir durante el día, cuando el reloj biológico adapta nuestra fisiología y comportamiento para que desarrollemos la actividad diaria, es más difícil que por la noche. Durante el día, los ritmos de neurotransmisores cerebrales, temperatura central, melatonina, metabolismo y activación mental están programados para permanecer despiertos. Además, la luz solar, el ruido y la elevación de temperatura ambiental que se asocian al día son utilizadas por nuestro cerebro como claves temporales ambientales, contribuyendo aún más a dificultar el sueño diurno. Por este motivo, los trabajadores nocturnos duermen entre dos y cuatro horas menos, de media, que los diurnos. Y si bien consiguen mantener una buena proporción del sueño profundo, que es el más reparador, pierden un importante porcentaje del sueño en las fases más ligeras y del sueño REM, que es importante en la regulación del estado de ánimo y la memoria.
Estas alteraciones pueden ser valoradas a través de una Polisomnografía realizada en el domicilio.
Las personas que se ven obligadas a dormir durante el día muestran una mayor incidencia de trastornos digestivos, cardiovasculares, resistencia a la insulina, algunos tipos de cáncer y alteraciones en el estado de ánimo que los que duermen de noche. Por el contrario, dormir durante la noche se ve favorecido por los ritmos de actividad del núcleo supraquiasmático, de temperatura y de melatonina. Sin embargo, el sueño nocturno puede verse también alterado por inadecuadas señales ambientales como es dejar la luz encendida, excesivo ruido ambiental o temperaturas demasiado cálidas.
Ref.:Rev Neurol 2016; 63 (Supl 2): S1-S27
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